Salud

La conexión olfativa con la mortalidad: cómo cinco olores clave podría indicar riesgos de salud

Según una encuesta realizada por la revista The Atlantic en 2015, el olfato es el sentido al que casi todo el mundo renunciaría si se viera obligado a renunciar a uno. Es más, esta misma encuesta reveló que la mitad de las personas menores de 30 años preferían sacrificar su sentido del olfato antes que separarse de su smartphone.

Esto nos demuestra que tenemos poco aprecio al olfato. Incluso los propios investigadores: anualmente se publican decenas de miles de artículos de investigación sobre la vista o el oído pero sobre el olfato solo aparecen unos pocos centenares, como máximo. Y eso que el olfato es un sentido muy poderoso: nuestros ojos pueden distinguir varios millones de colores diferentes y el oído unos 340 000 tonos distintos, pero la nariz supera a los dos con creces. En ella se encuentra unos 400 tipos de receptores olfativos cuyo trabajo es traducir los 40 000 millones de moléculas olorosas que se estima existen en el mundo en un número aún mayor de olores distintos que el cerebro puede comprender. En 2014 un artículo publicado en la revista Science por un grupo investigadores de la Universidad Pierre y Marie Curie de París y de la Universidad Rockefeller de Nueva York reveló que somos capaces de detectar alrededor de un billón de olores.

La Dama y el Unicornio

Marketing olfativo

Sin embargo, aunque a los niños se les enseña que la hierba es verde y está pigmentada por clorofila, rara vez aprenden a describir el olor de un césped recién cortado, y mucho menos el ozono antes de una tormenta. La capacidad de expresar nuestro sentido del olfato, en parte porque lo hemos ignorado, se nos escapa a la mayoría de nosotros. Es por eso que se le considera el sentido mudo, aunque nada hay más memorable que un olor. Una imagen o una melodía tiene mucha menos fuerza evocadora que la que puede generarnos un aroma.

Por alguna razón que desconocemos, los recuerdos relacionados con el olfato tienen una carga emocional muy fuerte, aunque los neurocientíficos piensan que eso puede ser así porque los procesamos en las mismas áreas del cerebro donde se encuentran las experiencias emocionales. Quizá por eso, los olores pueden activar recuerdos lejanos de la infancia, ya sean agradables o desagradables. Así, en 2013, un estudio de mercado realizado por investigadores de la Universidad Rockefeller reveló unos datos sorprendentes: recordamos un 1% de lo que tocamos, un 2% de lo que oímos, un 5% de lo que vemos, un 15% de los que probamos y un 35% de lo que olemos.

El sentido del olfato

Hace poco más de una década irrumpió con fuerza en el mundo de los negocios el llamado marketing olfativo, que consiste en utilizar aromas específicos en un entorno de negocio con el fin de modificar las emociones e influir en el comportamiento del consumidor o en el estado de ánimo de los empleados. De ahí que muchas empresas empezaran a incluir en su manual de imagen corporativa su “aroma corporativo”.

¿A qué huele el espacio?

A pesar del poder que tiene un aroma nos resulta especialmente difícil, por no decir imposible, definirlo. Así, ¿cómo diríamos que huelen las rosas? Solemos hacerlo por comparación. Así, los astronautas cuando vuelven de una EVA (Actividad ExtraVehicular) y se quitan el casco, describen el olor del espacio de diferentes maneras: un olor acre y metálico, a pólvora quemada, a filete chamuscado o como describió Buzz Aldrin de forma tan gráfica, “cuando echas agua a un tronco medio apagado de una chimenea”.

Astronautas

El mecanismo por el que olemos el mundo no lo comprendemos muy bien, y la mayoría de los pasos los conocemos a grandes rasgos.

Todo empieza cuando las moléculas aromáticas entran por la nariz y llegan hasta la mucosa olfativa. Allí las esperan entre 20 y 30 millones de células olfativas, cubiertas de otras sensibles al aroma o de receptores olfativos, que transmiten al cerebro la información en formas de señales eléctricas. Primero pasan por el sistema límbico y el hipotálamo, las regiones responsables de nuestras emociones y también relacionadas con la memoria. Desde allí parte de la información viaja a la corteza cerebral, donde se reconoce e identifica el olor.

La complejidad de los aromas

Los olores son complejos y difíciles de deconstruir. Un plátano contiene 300 sustancias aromáticas, los tomates 400 y el café no menos de 600. No es fácil determinar cómo y en qué medida contribuyen cada una de ellas a formar un aroma.

Y es que aun al nivel más simple, la construcción de un aroma es extremadamente complejo y sorprende cómo determinadas con mezclas se consiguen ciertos aromas. Un ejemplo es el olor a piña: hay que mezclar isobutirato de etilo con su olor afrutado, con alfa-ionona que proporciona el olor característico de las violetas y el etil maltol, que desprende una agradable fragancia a caramelo en disolución. Además, tampoco entendemos muy bien cómo sustancias químicas con estructuras moleculares muy diferentes pueden producir el mismo olor: podemos obtener el aroma a almendra quemada con 75 combinaciones químicas diferentes.

Olores

A todo esto hay que añadir que los receptores olfativos no funcionan de la misma manera en todos nosotros. De hecho, de los 400 genes que gobiernan los receptores de la nariz, hay más de 900 000 variaciones. Por tanto, cuando olemos algo, los receptores que se activan pueden variar de un individuo a otro, y por eso un mismo olor puede encantar a una persona y repeler a otra.

Predictor de la muerte

Por su parte, 82 millones de europeos sufren algún tipo de disfunción olfativa: de ellos 7,7 millones son españoles. El 19,4% tiene problemas para detectar olores, y un 20% sufre algún tipo de disfunción olfativa total, conocida como anosmia, o parcial, denominada hiposmia; el 56% presenta dificultades para reconocer olores, memorizarlos o rememorarlos; y el 50,7% carece de la capacidad de identificarlos, según los datos del Olfacat, el primer gran estudio europeo sobre disfunciones olfativas que se llevó a cabo hace una década.

Café

Además, la incapacidad de identificar algunos olores puede ser un indicador precoz de fallecimiento en personas mayores. A esta conclusión llegó a finales de 2014 un estudio de la Universidad de Chicago publicado en la revista PLOS ONE liderado por Jayant Pinto. 

En él participaron 3000 personas entre 57 y 85 años en las que se evaluó la capacidad para identificar cinco olores: menta, pescado, naranja, rosa y cuero. Los resultados no dejaron lugar a dudas: un 39% de los pacientes de más edad, aquellos que no pudieron identificar todos los aromas, fueron más propensos a fallecer cinco años después. Según Pinto, “la pérdida del sentido del olfato es como el canario en una mina de carbón. Su merma no causa directamente la muerte, pero es un presagio, un sistema de alerta temprana. Nuestro trabajo podría proporcionar una prueba clínica útil, una forma rápida y barata de identificar a los pacientes con más riesgo de fallecer”.

Fuente: Muy Interesante

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