Así en la tierra como en el cuerpo
Segunda parte de una lectura sobre ‘Alma oscura del alba’, novela de la escritora boliviana Giovanna Rivero, publicada por Editorial El Cuervo

Solo un lector domesticado no cree en ovnis, en abducción, en las brujas, en los sueños de los ciervos, en los huesos de las ahogadas en los lechos de los ríos de toda América, en las palabras del Gran Espíritu. Rivero nos propone dar un salto de fe, cuando hace de la literatura algo extranjero para hablar de la extranjería. El texto se torna en algo suspendido, como si estuviera de paso como un migrante, o un visitante extraterrestre. El texto está hecho de muchas huellas que confunden los destinos migratorios y a los que quieren poseerla. Como el agua de un río se resiste a ser comprada, enjaulada. La literatura, en “Alma oscura del Alba”, se vuelve, ella misma, migrante.
Con las migraciones aparece ese nuevo ser indefinido, esa nueva y peligrosa —según algunos— condición ciudadana: el extranjero. Cargado de su no ser del lugar, su no pertenecer, su no hablar el mismo idioma, su otra memoria, su otra historia; el extranjero es el otro, lo desconocido, el foráneo el que viene de más allá, lo oscuro; la oscuridad.
Es lo incomprensible, “lo imposible” como lo es una abducción de ovnis, lo “inasible”, como algo sin “sustento científico” sin huella, algo suspendido en el aire, como el ciervo en su propio sueño, el búfalo que levita en la canción de un joven de la reserva, o los indios que aprenden a caminar liviano y de espaldas para no dejar huellas para los lobos.
A este lugar suspendido, tierra de éxodo, llega Alma, un ave migratoria andina salida del altiplano boliviano. Es pequeña, morena, con un pelaje negro brillante que refleja la luz como el plumaje de un cuervo. Ella es la que mira el cielo, se le ha revelado algo extraterrestre de manera violenta y contundente. Segura de que las presencias de otro planeta le han extirpado algo del cuerpo e implantado algo a la vez, “se había sentido totalmente decodificada, como si los ojos de una madre absoluta repasaran, una a una, sus neuronas e hicieran sinapsis con ellas”.
A Alma la han abducido, violado y luego la han escupido una vez en un “sí” a la tierra de vuelta. Desde entonces, es extranjera en la tierra, un poco extraterrestre, aunque su psicóloga debe estar diciendo que está loca, loca, loca. Anhela con volver a esa nave, hacer el viaje de regreso “Si a ella la habían secuestrado para hacer de su cuerpo un terreno de exploraciones, si se la habían llevado así, sin más, ¿por qué no podría hacerse el viaje en el sentido contrario? Humanos y extraños, todos eran criaturas que apostaban por algún tipo de supervivencia en ese inconmensurable vientre oscuro que era el cosmos.”
Alma es la extranjera de la reserva, la profesora de español, la que busca ovnis, la de la mirada indomesticable. Alma es el prefijo EX de las palabras extractivismo, extranjería y extraterrestre que pueblan este relato. La prueba de que somos una especie en viaje.
El diccionario dice que el prefijo “ex” se antepone a sustantivos con referente de persona para expresar que dicha persona “ha dejado de ser” lo que el sustantivo denota. Alma ha dejado de ser únicamente una terrestre, ha dejado de ser territorio virgen, sano y rico, ha dejado de ser nativa para ser una inmigrante.
Alma ha migrado a la reserva, es una extranjera en Red Hill. Allí “la supervivencia era, per se, violenta, jodida, amoral. De todas maneras, no iban a amedrentarla. Si pensaban que se marcharía de allí, estaban locos. Así como el cosmos era una no man’s land, ella también podía argumentar un derecho universal a instalarse allí. El derecho de las hijas del éxodo, de las muje¬res del mundo que, empujadas por la violencia, se marchaban a quién sabía dónde.” Lleva algo dentro, un implante, una vida, una intuición que no es del orden de lo humano y lo terrestre. Una duda insistente, como un rumor, que le baila en los oídos palabras de otros mundos, extraños y oscuros.
Alma es un cuerpo sobre el cual, como el territorio indio que pisa, se ha practicado el extractivismo. Alma es un territorio tomado la habían abducido y ahora, enajenada, vaciada de sí, expropiado su corazón que “en otros momentos era un trozo vivo atravesado de clavos”. Seguía los mandatos de un impulso casi animal, instintivo que la llevaba de un lugar a otro en busca de un portal por donde volver a la madre, al ovni.
Llega a esa tierra nevada en invierno, florida en primavera, porque “Sabía, claro, que la reserva era un portal ya identificado por distintos expertos, revisaba con frecuencia el mapa energético de la región y se emocionaba desastrosamente viendo las líneas violetas que atravesaban las colinas de los Sin Huella, aunque se encontraba en la ignorancia más turbia con respecto a los códigos (lenguaje) que debería usar para abrir ese supuesto portal”.
Esta condición de extranjera, extraterrestre y víctima del extractivismo la hermana con ese territorio. Ella misma es el lugar donde sucede la historia, es el texto. Así en la tierra como en el cielo, reza la oración. Así en lo grande, la reserva, como en lo pequeño, su cuerpo.
Para hablar de la extranjería, lo que la literatura de Rivero hace es convertirse, ella misma, en un lugar extraño.
La marca, el signo, del prefijo EX es su ojo izquierdo bizco. Plantado en su cara como una clave, una llave que le abrirá a los misterios del cosmos. Un ojo cuya pupila no obedece a la intención de su mirada. Un ojo indomesticable y extranjero que mira como un llamado al lugar en off, al espacio fuera de campo que no interviene directamente en la historia o que se ha dejado atrás. Ese ojo desplaza el sentido, un ojo mira al cielo, pero el otro mira la tierra, como un espejo así en el cielo como en la tierra Alma se convierte en ese hilo que une esos dos grandes espacios. El cielo y la tierra, la ficción con la realidad ¿Cómo se explica sino que mientras sale este libro a la luz salen miles de inmigrantes a las calles en ese mismo territorio plagado de reservas en Norte América exigiendo que su extranjería se respete?
El ojo de Alma es el ojo de las visiones, el ojo que baila la danza del lenguaje es el que mira el mundo de costado y desde muchos otros ángulos a la vez.
Mira lo que nadie alcanza a mirar. “Más de una vez ella le había explicado cuánto aborrecía esa clarividencia ajena, maléfica, que le habían implantado esas criaturas. secreto comando extraterreno”. Su saber no es solo el de una profesora, es el de una clarividente, que escribe como si alguien la comandara, “con la docilidad de una sierva”.
En la literatura latinoamericana el extranjero ha sido representado como el que difunde, propicia y funda máquinas de violencia capitalista. El extranjero no está interesado en la nueva tierra, en lo que habita en lo profundo del territorio, no mira ahí, su mirada es recta e unívoca. Mira la riqueza que podrá extraer. Rivero invierte el papel, al hacerla extraterrestre, la extranjera mira la tierra a través del cielo. Como si mirara en un espejo a lo hondo, a lo que está debajo de la capa superficial del territorio buscando más allá del fondo del lecho del río Escarlata.
Alma por saberse un poco extraterrestre y extranjera puede ver con su ojo, lo que nadie ve. Va tejiendo relaciones entre esos dos frentes, el cielo y la tierra. Giovanna Rivero construye en este libro un telescopio, un ojo, capaz de mirar hacia abajo, el fondo de la tierra donde lo que habita ahí solo puede escrito, no contado, no visto, no fotografiado; escrito.
Cuando su gemela le pregunta “¿Qué te duele?” Alma le responderá “escribir”. La escritura, la literatura, revela el horror, el cuerpo sacrificado sobre el que el capitalismo se construye. No hay capitalismo sin cuerpos sacrificados. Rivero, termina siendo el ojo indomesticable que mira en lo más hondo del territorio de Norte América donde ella es también una inmigrante.
La literatura tiene ese poder, dirá Rivero, remover el lodo y sacar a flote los huesos de los sacrificados, los abducidos, los ahogados y olvidados por esa maquinaria capaz de quitar el alma al cuerpo. La novela prefigura otro horizonte porque está fabricada desde la distancia del cosmos. Apuesta por el arte como un espacio indomable en el que lo diferente, lo diverso, lo extraño, lo sin nombre, el otro saber tiene lugar y dignidad.
Fuente: Los Tiempos
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